
Soy mala para seguir consejos, porque siempre creo tener la razón conmigo, sin embargo aprecio mucho las palabras de quienes sólo quieren mi bienestar. Decidí abrir mi corazón y arriesgarme, esperando como resultado, ser mal herida y continuar con las heridas antiguas, aunque me dijeron que no lo hiciera, agarrados de mi vulnerabilidad y bondades que en ocasiones no ayudan al conjunto de batallas que significa vivir, manifestando algunos, que me mostrara fuerte y no presentara mis sentimientos, sino sólo mis razones, y yo que no sigo consejos, me lancé a hacer exactamente todo lo contrario…
El primer paso, no tuve que pensarlo durante mucho tiempo, simplemente lo hice, no fue procesado y temo que ni siquiera mi mente lo concibió, me atreveré a decir que alguien Más quería que lo hiciera, porque recorro el historial de mis pensamientos y no encuentro registro de aquello, el valor para hacerlo no es un mérito que yo pueda atribuírmelo.
-quiero hacerte algunas preguntas puntuales, ¿puedo hacerlo?- la pregunta siempre absurda.
La respuesta siempre obvia. – ¡Claro, dale!
-¿Tú sientes algo por mí?
Él transpira, mientras yo al otro lado de la pantalla tiemblo con igual intensidad, él se niega a responder sin que el café de siempre sea invitado, yo acepto y me preparo para esperar la respuesta a la pregunta que nunca quise hacer. Aquellos dos días fueron de “total” incertidumbre, tomé varias horas de mis días tratando de dibujar todas las posibles respuestas, y con cada una de ellas las preguntas que le seguirían, lo único que no fue contemplado era una respuesta positiva, implicaba demasiados subprocesos sin tiempo, sin espacio, sin recursos, sin ganas suficientes para su ejecución.
Y llegó el día, y las opiniones continuaban apareciendo, los consejos que yo sabía no iba a poder seguir por no tener mi ADN. La hora estaba muy cerca, dejé la oficina y dije: parto pal parto
Aquella noche todo era importante, y nada era suficiente, la ropa, el maquillaje, el libro que leería mientras esperaba, el café, la mesa, el ruido, el frío, la lluvia, la hora, la batería de mi celular, el chocolate, todo y nada.
(La ropa.- la misma de siempre, adecuada para el frío de esta ciudad; maquillaje.- sólo mascara, había decidido no maquillarme, como lo hago cuando salgo con alguien que no me interesa, y luego pensé que si me veía así creería que me tenía muy mal; libro.- Rayuela; la mesa.- cercana a los juegos preferidos por adolescentes; ruido.- suficiente, para apenas escuchar mis pensamientos; celular.- sin batería; chocolate.- sin chocolate)
Di vueltas, concreté negocios, compré un café, elegí el que tenía Amareto, nada mejor para calmar los nervios, leí, sin entender a Cortázar, y esperé.
Y por fin llegó, compró su café: Americano con Crema tamaño regular, y después de contarme su “trágico” suceso, tuve que repetir la pregunta planteada para ir directo al punto:
-¿Tú sientes algo por mí?
- he tenido mucho tiempo para pensarlo y no me refiero a dos días, sino que me lo he preguntado en varias ocasiones- y yo pensaba, ahá y entonces… - y sí yo siento cariño por ti, pero no lleva consigo pasión o amor con intensidad, sino un cariño de amigos – en sus ojos se reflejaba cierta tristeza, al tener que decirlo -
Pensé que ese era el momento en que correspondía llorar, o salir corriendo, pero me equivocaba, eso no era lo más duro, pero sí lo que le sigue.
Tal como lo esperaba, él se apropió de mis preguntas y me pidió responderlas, de la misma manera.
Comencé suspirando y con voz un tanto temblorosa procurando no mirar todo el tiempo su rostro, mientras mis manos inquietas no atinaban forma o espacio para moverse, obligándome a terminar con el último sorbo de amareto – yo sí siento algo por ti, ahm yo te quiero, siento un cariño súper especial, ahm y de manera consciente no quiero tener nada contigo- aclaré que mi pregunta no había sido una propuesta sino “tan sólo” una pregunta.
Expliqué que algunas actitudes él que tenía conmigo me confundían, que quería aclarar las cosas para no dejar que mis ideas me llevaran a hacer ilusiones equivocadas, que además quería cerrar todo lo que pudiera estar abierto, que él me hace sentir incómoda, porque en ocasiones siento que yo lo estoy persiguiendo y ese no es mi propósito, que nunca he deseado influenciarlo con mis sentimientos. Que prefiero tener una relación real con él y no una amistad virtual.
Reconoció que se siente generalmente incómodo cuando estamos juntos, que le siguen sudando sin explicación las manos cuando me ve, y que esa es de pronto la razón por la que el ambiente se torna tenso cuando nos presentamos de carne y hueso. Luego nos abrazamos y yo dejé de sentirme triste, dejé de sentir esa cuerda que me ataba a él, el Abrazo reconforta, ni yo lo podía creer.
Continuamos conversando, compartimos ideas acerca de lo parecidos que somos, aquellos defectitos que no muchos conocen, que casi nadie percibe, aquellos que seguramente se quedarán como uno más de nuestros secretos. Hablamos sobre nuestras pasiones, perdón: sus pasiones y mis confusiones, la profesión, los hobbies, las responsabilidades, las limitaciones, la inteligencia, la manipulación, la familia, las mujeres, los hombres, las técnicas: femeninas y masculinas, la satisfacción, las estrellas, los laboratorios, los números, sobre mis palabras y sus interpretaciones, sobre mis explicaciones, y mi falta de coordinación, sobre sus preguntas, sobre su niño, sobre la astucia, sobre su ego y el mío, la histeria y el stress, la rareza: la suya y la mía.
Reconocí que mi radar detecta todas las frecuencias excepto las suyas, que es imposible saber que pasa por su cabeza aunque mi facultad bien desarrollada me permite hacerlo con el resto del universo, reveló que le ocurre lo mismo. (Esto me recordó a una escena de la película “Crepúsculo”).
Tomamos el mismo taxi, y nos sentimos bien, nos despedimos, me sentí muy bien, escribí y sentí paz. No sé que pase mañana, pero es esto lo que quiero, que nadie me rompa el corazón cuando lo presente sin armas visibles.
Bastó una verdad, dos corazones, un café, cuatro dólares y un Abrazo.