
Neftalí estaba sintiéndose enamorado, no muchas mujeres habían pasado por su vida, no muchas lo habían convencido de dejar de lado cosas, para él, importantes; esta vez se sentía diferente, se sentía extraño, en ocasiones como un tonto. Matilde, por el contrario había tenido ya a su corta edad varias experiencias similares, lo que ocasionaba un poco de inseguridad en él, se sentía en desventaja frente a eso, sin embargo, pese a que le costó algunas largas noches, terminó por aceptar su condición y dejar los prejuicios culturales de lado.
Cada día que pasaba era una aventura, él empezó a experimentar con ella situaciones que antes eran sólo fantasías, el hambre que sentían el uno por el otro exigía más y más en sus encuentros, avanzaban en el amor, constantemente era él quien detenía el progreso, se apartaba, se incorporaba, se vestía de inmediato y corría hacia el baño para aliviar su penuria.
Los detalles hacia ella aumentaban, las rosas, las cenas románticas, las canciones, las poesías, los días de campos, los viajes furtivos, todo le significaba insuficiente para expresar lo que se estaba formando en su interior. Cuando ella estaba de cumpleaños, él pasó toda la tarde elaborando el ambiente adecuado para que ese día fuera realmente especial, nervioso y ansioso por causar impresión en ella, decoró toda la habitación con chocolates, preparó el menú que mejor le quedaba, el que aprendió de su madre, practicó frente al espejo el baile; entre la comida, a media luz y con música suave, le declaró a Matilde su amor, desnudó su alma frente a ella, ese estado de enamoramiento en el que se encontraba. El sentía que Matilde le correspondía pero su mirada se perdía por segundos en alguna galaxia, mientras observaban el cielo, sus ojos se llenaban de lágrimas, pero él imaginaba que era debido a la emoción del momento, los ojos de Neftalí también se humedecían, aquella noche se abrazaron tan fuerte como nunca antes ni después lo hicieron.
Apenas un par de semanas después, se entregaron por completo, a él se le acabó el temor, seguro de que ella era la mujer a quien amaba y con quien deseaba hacerlo por primera vez y para siempre… A terminar, sentía que no quería separarse nunca más, que se pertenecían el uno al otro, y como si el cielo estuviera cada vez más cerca de sus manos. Hasta la gente a su alrededor los miraban diferentes, quienes antes no apostaban a aquel amor, ahora le daban crédito.
Matilde con su mirada ingenua, palabras dulces estaba demostrando su amor a él, besaba sus ojos mientras le decía que nunca la olvidara, le confesaba que jamás se había sentido de esa forma, tan segura y tan enamorada, nunca conoció tanto deleite.
Juntos eran dos poetas incomparables, la ciencia se sorprendía vencida ante su habilidad para crear belleza con las letras y acordes.
Los problemas eran varios y las diferencias entre ellos enorme, sin embargo, lo solucionaban todo en una mesita y bebiendo café.
Habían pasado ya algunos días en que él la notaba extraña, entre más juntos estaban más distante la sentía, esta vez su mirada se escapaba en una forma atemorizante, como aquellos que están perdiendo la cordura, en ocasiones la escuchaba a Matilde decir cosas extrañas, que él no entendía.
Cierto día Neftalí no aguantó más, y le pidió a Matilde que explicara lo que quería decir, al parecer ella estaba en una crisis nerviosa incontrolable, que se agudizaba cuando estaban juntos y solos, más aún desvestidos, si él pronunciaba que la amaba, ella lo callaba con un beso tan fuerte como un muro.
Sentado y con cara de angustia esperó la respuesta, sin imaginar siquiera lo que escucharía.
- Yo, te engañé, hace varios meses, me acosté con alguien más, no sé cómo pasó, no recuerdo nada. Está en tus manos perdonarme, yo no podía seguir ocultándolo, me volvería loca si lo hago. Sólo quiero que sepas que, nunca he dejado de amarte.
Ella se encontraba completamente pálida, cubierta de lágrimas, esta vez su mirada había regresado por completo y buscaba la de él que ya no estaba. Él no preguntó detalles, solo la acompañó hasta que consiguiera un taxi. Le dio un adiós tan frío como nunca antes ni después lo hizo.
Mientras regresaba a su casa sintió morirse, sentía como el corazón le palpitaba cada vez más lento, no conseguía llorar ni gritar, ni empuñar sus manos para golpear la pared, cruzaba las calles atestadas de autos sin poner mucho interés en ellos, mantuvo ese estado de zombi hasta incluso mientras caía del séptimo piso del edificio donde se encontraba su casa, hasta entonces él no sintió nada, se sintió sin vida…