sábado, 15 de enero de 2011

Cuento...

El aroma que estaba percibiendo en aquellos momentos le parecía absolutamente conocido, como si ese plato lo hubiera comido antes. Comió…

Al atardecer caminó rumbo al norte, sus pasos eran rápidos y fuertes como para no sentir el dolor que produjo despedirse de aquellas personas que acababa de conocer pero que le eran más familiares que su propia gente. Siguió caminando…

Tres días después cuando sus provisiones de agua y comida se habían agotado decidió parar para abastecerse. El dolor de sus hombros la convencieron de hospedarse en aquel pueblo para descansar esa noche. Durmió…

Aquellas horas ella soñó con que era una mujer, madre, esposa, amiga, hija, hermana, humana… Vio a niños que parecían suyos y le regalaban abrazos, a un hombre que parecía su esposo, por lo menos la besaba como tal. Mucha gente la rodeaba, había alegría y llanto de por medio. Despertó de pronto bañada en sudor para descubrir que era otra vez ella, sin gente alrededor, en un pueblo desconocido, sin identidad. Amaneció…

Tomó una ducha para refrescarse antes de continuar su búsqueda. Desayunó lo suficiente para aguantar algunas horas más hasta llegar a su próxima parada. Deseaba tanto que alguien la reconociera, que la llamara por su nombre, aquel que, hasta ella, ignoraba. Pero ninguno de aquellos viajeros que se encontraban en el camino, en el mismo sentido o en sentido contrario, hablaban entre sí, como si alguna ley lo prohibiera, eran todos como zombis. Ella solo imitaba.

Su enorme vientre dolía cada vez más, sentía intensas punzadas que le impedían aligerar su paso, miró a lo lejos, un hospital, se dirigió a él pues su instinto la obligaba a preservar aquella vida de la que, no sabía cómo, pero hoy era responsable. Cuando abrió la puerta, todos la miraron atónitos, la enfermera de piel morena soltó de golpe la bandeja que llevaba entre sus manos.


¡Doctora! –gritó el hombre de la esquina, quien lucía el mayor de todos los de la sala – la esperábamos, la hemos estado buscando por todos lados.

¿Doctora? – dijo la mujer sorprendida mirando hacia atrás para cerciorarse que le estuvieran hablando a ella.

Tiene que ayudarnos de inmediato, solo usted queda en este pueblo

De repente ella sintió que los dolores aumentaban y se dejó caer.

Gracia

Cuando no tenía donde ir, tú me diste un lugar Un lugar entre tus brazos, abrazo que no es fugaz Cuando estaba sucia por mi caminar, me...