Esta vez el café corrió por cuenta de ella, porque ésto la hacía sentir que era quien llevaba el control de aquella incómoda situación.
El suyo, un americano simple, como siempre, él a pesar que sólo deseaba una bebida fría, por la seriedad de la cita, pidió un mocaccino.
Sentados, esta vez, uno frente al otro, aunque habían tenido 25°C durante todo el día, ella sentía un frío intenso que la recorría desde la cabeza y se quedaba en sus piernas al punto de hacerla temblar ligeramente, rodeaba el vaso de humeante café con sus manos inquietas.
Era un lugar tranquilo que nunca antes habían visitado, con música suave, parejas y grupos a su alrededor, todos parecían más felices y relajados que ellos.
Él, con su estilo formal de siempre, llevaba pantalones de un café oscuro, camiseta y chaqueta negras, impecable. Ella con un vestido suelto color beige que hacían notar sus raíces costeñas.
De su bolso de cuero negro que usaba en sus encuentros nocturnos, de dónde antes había sacado chocolates, libros, vinos, postales, cámaras, perfumes, joya… sacó esta vez una cajita transparente que guardaba una flor, como las que nuestra tierra exporta, naranja y blanca, grande como no se ven típicamente en las florerías. Se la entregó en sus manos apretándolas, regalándole simultáneamente una sonrisa de labios cerrados.
Ella emitió un “gracias” insonoro al mismo tiempo que besaba su mano derecha, era su flor favorita. Una astromelia...
Luego de las preguntas de rigor, de hablar sobre el clima y del café… luego del incómodo silencio, él tomó la palabra, tartamudeando inicialmente, como queriendo no decir ni una sola palabra no ensayada previamente… le dijo que no podían continuar, que ella iba a volver dentro de poco, que aunque todo era más frío entre ellos dos, ya su vida la había construido, sus sueños, sus planes, que todo era más fácil, que creía que la amaba…
Mientras ella escuchaba todas estas palabras, sintió que el mundo se detuvo, que la música calló, que la alegría de alrededor se congeló…
Ella sólo respondió que sabía que todo eso pasaría y enormes lágrimas rodaron sin ninguna expresión en su rostro, lucía como una fotografía, perfecta, como una pared sin mancha, lisa en la que de pronto una lluvia fugaz la roza un poco sin humedecerla…
Reinó el silencio, ya ninguno de los dos tenía nada que decir, o nada que pueda cambiar ese triste final. Ambos se levantaron de las sillas, salieron juntos del lugar, en el camino él se acercó, con sus manos secó sus lágrimas, entrelazó su mano y caminaron, al instante que tocaron la calle una lluvia fuerte empezó a caer, la lluvia que despedía abril y el invierno, no hablaron, no se miraron, no sintieron mojarse, solo caminaron por última vez….
La hermosa flor quedó allí sobre la mesa, un niño que se escabullía en el restaurante cuando todos se descuidaban para vender sus caramelos, la tomó e hizo más tarde el negocio del día.